Ayer hice algo poco corriente. Salí de la ducha cuando el sol ya se había ido. Una Luna llena y blanca empezó a verse desde mi ventana, inaugurando una tarde fría y desapacible. No es muy frecuente que haga una temperatura tan baja aquí, en Valencia, por lo que la casa (antigua y mal aislada) estaba helada. Las horas anteriores no fueron muy agradables y necesitaba un respiro, por lo que sin pensarlo mucho decidí hacer el camino invertido: donde otros buscaban refugio o volver a casa del trabajo yo salí al encuentro del frío. Me puse dos jerseys, la chaqueta y mi bufanda favorita, esa reservada para los pocos días en que el invierno nos visita.
Caminé directamente hacia el centro, dirigiendome sin darme cuenta hacia las calles más antiguas de la ciudad. Iba pensando en mis cosas, recorriendo mis laberintos internos en un monólogo silencioso conmigo misma, repasando mis problemas y analizando posibles soluciones, en un estado de automatismo bastante frecuente si nos sumergimos en la rutina. De pronto, me encontraba en un callejón solitario y miré fortuítamente a mi izquierda. La sorpresa hizo que me detuviera, pues frente a mí ví todo un conjunto de graffiti de mis artistas favoritos (Escif y Hyuro) uno tras otro, como si hubiera llegado a una galería de arte oculta. En ese momento todo cambió: dejé de caminar por mi interior e invertí mi mirada, conecté con el escenario que me rodeaba. Dentro de mí se hizo el silencio y una alegría frágil y sutil me recorrió. En ese instante me sentí como una habitación vacía donde de pronto comienzan a encenderse pequeñas velas, iluminando el espacio con una luz suave y templada, eliminando las sombras que habitaban hasta el momento.
Solo tenía a mano la cámara del móvil pero no quería desperdiciar el regalo, así que recomencé mi paseo nocturno fotografiándolo con nuevos ojos. Y una nueva ciudad se abrió ante mí. Las calles familiares y tantas veces recorridas estaban en silencio, vacías y mal iluminadas. Un frío cortante y pesado las envolvía, helando tanto el ambiente que las cosas y los edificios parecían más grandes. Todo era enorme y solemne. Caminaba escuchando el sonido de mis pasos, los ruidos lejanos (persianas de comercios cerrando, un niño que llora, pasos que se alejan) cuando llegué a una plaza solitaria llena de naranjos en flor. Olía a azahar y a agua. La crucé de puntillas, como si traspasara una propiedad privada sin permiso. Porque había detectado que la ciudad me obsevaba. Normalmente soy yo la que miro los edificios y el partimonio arquitectónico, analizándolo, diseccionandolo y decidiendo si me gusta o no el resultado. Pero esta vez eran ellos los que me miraban espectantes, como si estuviera invadiendo los pocos momentos de soledad donde pueden ser ellos mismos. La ciudad era, no estaba. Susurraba y crujía a mi alrededor, sin la bondad del día ni del calor, resumiéndose sin verguenza a piedra y molduras, adoquines y farolas, puertas y ventanas cerradas, gatos, fuentes sin agua, canalones que gotean.
Seguí mi paseo, ahora ya como una intrusa en un lugar desconocido. Llegaban a mí imagenes del pasado, escenas anteriores a nuestro tiempo: un patio modernista, olor a incieso y leña, campanas dando las nueve, un perro en mitad de la plaza, palacios oscuros, una señora entrando a misa... caminaba en silencio, dejando que aquellas calles me envolvieran y me hablaran, me contaran cómo son. Descubrí una ciudad anciana, modesta, fría e inquietante, pero también unas calles acogedoras y llenas de regalos si aprendes a mirarlas.
Poco a poco fuí volviendo a las zonas más transitadas, regresando lentamente a casa y recuperando los sonidos y formas familiares. Ayer me fuí muy lejos, tan lejos como me permitieron aquellas calles, y volví llevandome conmigo un secreto frágil y finito. Una dimensión paralela, un silencio del pasado que te llena y te calma, que te habla y te ayuda a quedarte en silencio. Y es precisamente ese silencio el que me trajo la alegría.
Yesterday I did something unusual. I got out of the shower when the sun was already gone and I saw a full white moon out my window. A cold and dreary afternoon had just begun. Seldom temperatures are sow low here in Valencia. Our house (old and poorly insulated) was freezing. My
previous hours had not been very nice and needed a break. Without much
thinking about it I just decided to do the contrary of everyone else: instead of searching for a refuge and come back hoe, I went out to meet the cold. I put on two sweaters, my jacket and my favorite scarf. The clothes I have for the winter's visit.
I walked straight to downtown, to the city center. Awareless I was headead towards the oldest streets in the city. I was minding my own business, walking my internal mazes in a silent
monologue with myself and going over my problems and analyzing possible
solutions. I was in an automatism state, in which we can find ourselves quite often when we dip into the
routine. Suddenly, I was in a lonely alley when I casually looked to my left. The
surprise made me stop! In front of me was a set of graffiti from my favorite artists (Escif and Hyuro) one after the other, as if I was inside a hidden art gallery. Then everything changed: I stopped walking and connected with the surrondings. Inside me there was silence. A fragille and subtle joy ran through me. At
that moment I felt I was an empty room where small candles start to light up, illuminating the space with soft and warm brightness killing the shadows builiding so far.
I only had my mobile camera and I didn't want to waste this gift. I
restarted my evening walk with fresh photographing eyes and a new city unravelled before me. These busy and familiar streets were silent, empty and dark. The cold had frozen the spaces and things seemed larger than they were. Everything was huge and solemn. I walked
through them listening to the sound of my footsteps and distant noises (shutters of
shops closing, a crying child, some steps very far away). I then arrived to this place
full of orange blossoms. It smelled like flowers and water. I tiptoed as if I was trapassing some private property. I seemed as if the city observed me. Normally
I'm the one looking and analyzing the buildings and architecture and deciding whether I like the result. But
this time they were the ones that looked at me, as if I was
invading the few moments of solitude where they can be themselves. The city was not there. Only whispers around me, without the kindness or the heat of the day. Only cobblestone, lampposts, doors,
closed windows, cats, wells without water, leaky gutters.
I continued my walk, now as an outsider in this strange place. Images of the past came to my head, before our time: a modernist hall, the smell of firewood, sound of bells, a dog in the
middle of the square, dark palaces, a lady going to church ... I walked in silence, letting those streets crawl over and talk to me, tell me how they were. I
discovered an old, modest, cold and disturbing city. But they filled with gifts and if you learn to look at them
I gradually returned to the busy areas of the city and back home. Slowly, I recovered sounds and familiar forms. Yesterday I went too far, as far as I allowed in those streets and I found a fragile and finite secret. A parallel dimension that fills and calm you, helping you to stay silent. It is precisely in this silence where I found joy.
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