17.5.15

10.5.15

Lisboa

Llevamos casi dos meses viviendo en Lisboa.

Una etapa nueva, con un escenario totalmente inesperado. Los meses anteriores a este cambio estuvieron repletos de pequeñas señales, de toquecitos en la frente para llamarnos la atención. Hasta que se hizo patente que era necesario dar el salto y probar qué tal es la vida en una ciudad nueva, un nuevo país y un ritmo diferente.

Creo que nunca es una mala opción aprovechar la posibilidad de observar una nueva realidad desde el epicentro de la misma. Siempre puedes volver a casa. Y volverás a casa, sin duda. No una sino mil veces, pero para ello hay que salir primero. Porque hay historias, cosas y lugares que te hacen retornar. Y sobre todo, hay personas imprescindibles que siguen conectadas a ti a pesar de la distancia. Eso seguro. 

Así que aquí estoy.  Abriendo los ojos cada mañana en una nueva habitación, caminando sobre aceras adoquinadas y asombrándome sin descanso. Porque esta ciudad es increíble. Todavía conserva su propio carácter, ajena al turismo y los productos en masa. Está viva y tiene personalidad. Un poco melancólico, un poco serio a veces, pero de una belleza incuestionable. Una calma de valor incalculable. 

Lisboa es una ciudad de colinas, llena de calles curvas y edificios antiguos, con cerámica geométrica y floral, casas como casitas de muñecas, con buhardillas y matas de hierba en los tejados. 
Es elegante y digna, como una vieja dama orgullosa. Y vuelan gaviotas sobre ella. Y pequeños gorriones. Y el café es el mejor del mundo. Y el pan.

Hay músicos por las calles y decenas de personas leyendo en el metro. Eso es algo maravilloso: hay muchas librerías, y charlas sobre literatura. Recitales de poesía. Y los portugueses son educados y amables, gente de conversación cordial y muy silenciosa. 

Me gusta Lisboa, parece hecha para ser mirada, para pasear sin fin por ella.